Un gran problema es que no tenemos estadísticas.
Hay elementos que podrían medirse, pero frente a eventos de violencia en celebraciones no hay nada.
¿Por
qué es violento el colombiano al momento de celebrar?
No somos todos los
colombianos. Estoy convencido de que los violentos son una minoría y la inmensa
mayoría simplemente estamos, de alguna manera, desprotegidos frente a los
excesos de esas personas. En Colombia hay muchos ejemplos de celebraciones que
se dan en paz, con tranquilidad y obviamente tenemos casos muy conocidos donde
hay excesos. Casi todos los municipios del país tienen fiestas patronales; en
el Carnaval de Blancos y Negros, en Nariño, por ejemplo, se registran muy pocos
temas de violencia. En principio, no creo que en la naturaleza de los
colombianos esté el ser especialmente agresivos. Lo que sí creo, es que hay una
minoría que bajo ciertas circunstancias se exceden y cuando están en presencia
de grandes grupos, nadie los controla –las autoridades no controlan y no hay
capital social para ello– y por ello generan fenómenos de violencia y la
sensación de que nosotros celebráramos así.
Normalmente, quienes se
comportan mal hacen mucho ruido y parecen más de los que son. Voy a dar un
ejemplo: hace unos 10 o 15 años, veíamos en las noticias el tema de los
Hooligans ingleses. Se mataban y mataban gente. La policía y el gobierno inglés
descubrieron que los que lo hacían eran una minoría: no eran todos los hinchas,
ni todos los aficionados al fútbol. La policía, entonces, con mucha
inteligencia, empezó a identificar, aislar y controlar dichos grupos y usted ve
hoy una situación muy tranquila en los estadios ingleses. No se puede, por
extensión, asumir que todos los barristas (miembros de barras bravas) en
Colombia tienen una naturaleza violenta. No. Son unos grupos específicos,
concretos. En el país, hay una ciudad que vivió un experimento de construcción
de ciudadanía y paz muy interesante: Manizales y los barristas del Once Caldas.
Estos grupos eligieron incluso un concejal y con el apoyo del equipo y la
alcaldía, durante un tiempo generaron un comportamiento de no violencia y lo
recuerdo porque lo vi. Lograron aislar los pequeños casos y así neutralizaron
el problema. Desde luego, este tipo de ejercicios tienen que mantenerse y
optimizarse.
Colombia debería tener un
sistema de biometría en todos los estadios, de tal forma que una persona que
entre se identifique con su huella y se sepa en qué asiento está. Basados en
los comportamientos violentos que genere, las autoridades pueden empezar a
identificar a los violentos y manejarlos. Esto fue lo que hicieron los
ingleses. Yo creo que una persona que le ha propinado dos puñaladas a un hincha
de otro equipo no debería volver a estar en un estadio jamás. Aquí hay gente
que no podemos permitir que siga yendo a esos recintos. Si usted hoy pone su
huella al entrar a un edificio, ¿por qué no lo va a hacer en un estadio? Es
cuestión de empezar a hacerlo y convertirlo en costumbre, sin crear un Estado
policivo en el que tengamos al "Gran Hermano" vigilándonos, pero sí
creo que debemos tener y hacer más inteligencia para identificar a ese grupo
pequeño de desadaptados que son los que celebran con violencia”.
¿Es
lo mismo esta situación en Bogotá que en las regiones?
Es importante considerar dos
cosas: primero, sobre Bogotá hay más reflectores, razón por la cual los actos
de violencia que se cometen acá llegan con más facilidad a los medios,
comparado con algo que suceda en otra ciudad con menos recursos mediáticos. Lo
segundo, tiene que ver con una teoría de Joseph Schumpeter sobre la manera en
que funcionan las masas. Según la propuesta de este economista austriaco, un
acto de violencia en medio de una masa tiene una mayor resonancia porque afecta
a más personas y porque, además, la gente no sabe cómo reaccionar. Eso, en
parte, es un poco lo que pasa.
Hay que tener en cuenta,
también, que Bogotá es más grande y cualquier aglomeración en la capital es más
numerosa que las que pueden darse en la mayoría de municipios colombianos.
Veamos un caso de Bogotá: Rock al Parque. Rock al Parque viene haciéndose desde
hace 20 años y es un escenario que reúne a cientos de miles de personas en
edades en que se supone son más violentas. Se supone, también, que hay consumo
de sustancias no permitidas. Los sucesos violentos, sin embargo, no son la nota
central y esto muestra que los colombianos y los bogotanos lo hacemos bien.
Lo que pasa, repito, es que
hay una minoría de desadaptados que son agresivos celebrando, que tienen una
enorme capacidad de afectar; allí es donde tenemos que hacer el esfuerzo para
identificarlos y aislarlos, y para que entre el control del capital social y el
control de las autoridades públicas logremos contenerlos.
¿Cuánto
le cuestan al país las celebraciones violentas? ¿Dónde están las estadísticas?
¿Quién las genera?
Estuvimos buscando y no hemos
encontrado un tipo de estadística que nos permita hacer una afirmación en este
sentido. El primer problema, entonces, es que no tenemos estadísticas. Es
viable hacer algunas aproximaciones y valdría la pena realizar estudios. Podría
hacerse, por ejemplo, un cálculo sobre muertes violentas, con una metodología
llamada AVISAS: Años de Vida Útil y Saludable. Esta metodología permite
catalogar las diferencias en años de vida útil y saludable entre una persona
muerta de manera violenta a los 30 años y una a los 60, y analizar la
situación: si la persona de 30 es educada, si es soltera, si tiene hijos, entre
múltiples factores. Hay cómo hacerlo, pero no se ha hecho hasta el momento.
Otro de los aspectos tiene que
ver con los daños que deben pagarse, en seguros, por estos hechos.
Adicionalmente, habría que tener en cuenta los gastos en que incurren el Estado
y la sociedad en salud y en temas de policía, en la detención de las personas,
en su reclusión en las cárceles. Todo esto tiene una valoración económica y hay
un conjunto de elementos que podrían medirse, pero frente a estos eventos de
violencia en las celebraciones no hay nada hecho. Hicimos una indagación y
encontramos que no hay estadísticas confiables y por eso no me atrevo a dar
ninguna.
De otra parte, creo que este
tema del que estamos hablando no ha estado en la agenda pública colombiana por
una razón: porque los eventos son concentrados en unos momentos y en unos
lugares. Yo considero que es un asunto muy importante y creo que este proyecto
puede ayudar a elevarlo en la agenda; a raíz de ello, ojalá comiencen a
construirse buenos reportes y buena información sobre el tema. Hoy podemos
decir que no encontramos fuentes fiables que nos permitan responder a la
pregunta sobre los costos económicos de dichos eventos.
¿Por
qué no hay datos? ¿Es difícil obtenerlos?
Averiguar cuánto le cuesta al
país la muerte violenta de un número de personas en una celebración es
relativamente fácil: recogiendo la demografía de los individuos (edad, nivel
educativo, condiciones laborales, vínculos familiares, etcétera), se podría
calcular cuánto le cuestan estas muertes a la sociedad colombiana. Nosotros no
encontramos que alguien lo haya hecho. Además, normalmente esos cálculos se
hacen para volúmenes más grandes, aunque, obviamente, una sola muerte en esas
circunstancias es una tragedia.
Voy a mencionar algo
igualmente preocupante: en Colombia mueren más colombianos en accidentes de
tránsito que en celebraciones y ese tema tampoco está mirándose. Hay
conductores irresponsables, conductores de transporte público con multas por
más de $ 120 millones, involucrados en tres o cuatro homicidios culposos y
siguen manejando. Pero ese es otro tema.
¿Cuál
es el costo para la reputación del país?
Obviamente, buena parte de
estos eventos violentos salen en las noticias y generan incertidumbre y sensación
de riesgo. Colombia, en condiciones diferentes, sin conflicto y con niveles de
violencia parecidos a los de la región, tendría oportunidades de inversión,
turismo, extranjeros viniendo a vivir en el país, etcétera; así que podríamos
hablar de un costo de oportunidad que estamos perdiendo. Tampoco hay cálculos
concretos sobre eso; se han hecho y publicado estimaciones sobre lo que nos
cuesta el conflicto armado, eso sí, y esas estimaciones hablan de que podríamos
aspirar a tener por lo menos un punto adicional de crecimiento cada año, si no
tuviéramos el conflicto armado. Eso, es un montón de dinero.
¿A
quién le corresponde asumir la solución del problema?
Como todos los problemas,
normalmente, este tampoco puede resolverse con una sola acción, sino que debe
ser una combinación de ellas: por un lado, el Estado, las autoridades públicas
que tienen la necesidad de ejercer mayor control; por otro, en estos eventos
participan empresas privadas, equipos de fútbol u organizadores de los eventos
y a ellos les cabe una cuota de responsabilidad y les conviene que no sucedan
esas cosas. ¿Qué mejor para un equipo de fútbol que la gente vaya a los
estadios?
Hay muchos conciertos en
Colombia en los cuales se vende alcohol de manera controlada y la gente no se
comporta violentamente. Allí el particular, que arrienda un lugar, que lo
controla, muy rápidamente identifica a la persona que está haciendo desmanes,
la aísla y la saca. Bogotá tiene muchos empresarios buenos que saben hacer
conciertos de 10.000 personas, vendiendo alcohol, sin que haya un solo muerto.
Y la tercera acción le
corresponde a la sociedad. Yo creo que nosotros debemos aumentar nuestra
civilidad y nuestro capital social, de tal manera que cuando empecemos a ver
una persona desadaptada, comportándose de manera inadecuada, sea el mismo grupo
de ciudadanos el que la controle. Mi respuesta a la pregunta es, entonces: la
solución está en manos de las autoridades, los empresarios y la sociedad.
Tradicionalmente celebramos
consumiendo alcohol. ¿Qué responsabilidad tienen las empresas que producen y
venden esta bebida y qué datos o estudios hay al respecto?
No es que los colombianos
consumamos mucho alcohol, lo que sucede es que lo consumimos todo concentrado,
en muy pocos momentos y eso tiene efectos negativos. Sobre el tema de
responsabilidad, yo veo una transformación en los empresarios privados: algunas
de las distribuidoras adelantan serios programas de consumo responsable y
varias licoreras y empresas del género están tratando de que los colombianos tengan
una cultura distinta, en donde usted se tome una cerveza al día y no ocho
cervezas en un día.
Creo que el consumo no
excesivo de alcohol no es malo y pienso, también, que hay una elevación de los
estándares de las empresas que están actuando en Colombia para promover
consumos más responsables. Sobre los efectos y los costos, se han venido
haciendo algunos estudios, tanto en el tema de alcohol, como en el tema de
cigarrillo, marihuana y cocaína. Daniel Mejía, en la Universidad de los Andes,
tiene la serie histórica completa sobre el volumen de consumo de las personas
de alcohol, marihuana y cocaína.
¿Qué
podemos hacer nosotros para contribuir a resolver el problema de las
celebraciones violentas?
Creo en la versión de los
economistas que dicen que los seres humanos actuamos por estímulos. Pienso, por
esto, que debería haber castigos efectivos, por un lado y por otro, es
importante que los empresarios se den cuenta de que es mejor negocio que la
gente se divierta sin matarse (esto segundo ya está pasando). En el Carnaval de
Barranquilla, por ejemplo, la gente toma mucho, pero es un carnaval muy
razonable en términos de manifestaciones violentas. Igual, hay celebraciones
muy importantes en Bogotá que convocan multitudes y en las cuales la gente está
de fiesta, tranquila, sin lastimarse; la Caminata de la Solidaridad por
Colombia es una de ellas, en donde la gente se divierte, en paz, sin
sobresaltos. Para esto hay que confiar en ese triada: ciudadanos, empresarios y
Estado, para que cuando haya casos aislados de personas que están comportándose
como bárbaros, puedan ser aisladas y se les aplique un castigo.
Y
desde el Estado, ¿qué hacer?
Yo creo que al Estado le
corresponde hacer estudios y viabilizar las estadísticas sobre el tema, esa es
una de las medidas. Adicionalmente, debe hacer más inteligencia para
identificar a esos pequeños grupos de personas que se comportan de manera
bárbara. De alguna manera, a los empresarios les corresponde lo mismo en los
eventos en los que están involucrados y colaborarle a la Policía con el control
de personal.
¿Y
con respecto a la creación y utilización de proyectos educativos?
Son importantes y me parece
que el país ya está haciendo cosas al respecto. Ahora, siempre que se habla de
temas educativos, hay que tener en cuenta que los efectos van a ser a largo
plazo y yo creo que el problema exige también soluciones y medidas a corto
plazo. Por eso, pienso más en la generación de reportes estadísticos sobre unos
temas, la identificación de las personas con conductas anómicas, la creación de
estímulos y desestímulos para estos comportamientos (yo, por ejemplo, diría: un
hincha violento jamás debería volver a entrar a un estadio de fútbol y le
aseguro que eso los aísla).
¿Qué
otras organizaciones deberían participar activamente?
En Colombia, en el tema de
fútbol, el Ministerio del Interior tiene un programa muy importante, pero yo
creo que Coldeportes debería hacerlo también y los equipos de fútbol. Con
referencia a los conciertos, los empresarios y obviamente, la Secretaría de
Cultura y Turismo y el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Aquí no se
trata de una responsabilidad de una sola entidad o persona, sino de varios
frentes que deberían actuar al unísono.
¿Cuál
sería la solución ideal para que en Colombia celebrar no sea una tragedia?
Yo no creo en soluciones
milagrosas. Los hombres que han prometido milagros, normalmente, han convertido
eso en grandes tragedias y holocaustos. Yo creo que frente a un problema
complejo como este, se necesita un conjunto de medidas que vayan identificando
lo que hay que hacer, pero no creo que haya una medida milagrosa que nos
permita afrontar la situación. Además, si llegara a haberla, debe ser
peligrosísima.
Fuente: Periódico el TIEMPO.
Por: MAURICIO SALAS |
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